La gran invitación
37 Y en el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba[a]. 38 El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: «De lo más profundo de su ser[b] brotarán ríos de agua viva». 39 Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en Él habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía[c], pues Jesús aún no había sido glorificado. 40 Entonces algunos de la multitud, cuando oyeron estas palabras, decían: Verdaderamente este es el Profeta. 41 Otros decían: Este es el Cristo[d]. Pero otros decían: ¿Acaso el Cristo[e] ha de venir de Galilea? 42 ¿No ha dicho la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David, y de Belén, la aldea de donde era David? 43 Así que se suscitó una división entre la multitud por causa de Él. 44 Y algunos de ellos querían prenderle, pero nadie le echó mano.
Los alguaciles confundidos
45 Entonces los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: ¿Por qué no le trajisteis? 46 Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla! 47 Entonces los fariseos les contestaron: ¿Es que también vosotros os habéis dejado engañar? 48 ¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? 49 Pero esta multitud que no conoce de la ley, maldita es. 50 Nicodemo, el que había venido a Jesús[f] antes, y que era uno de ellos, les dijo*: 51 ¿Acaso juzga nuestra ley a un hombre a menos que le oiga primero y sepa lo que hace? 52 Respondieron y le dijeron: ¿Es que tú también eres de Galilea? Investiga, y verás que ningún profeta surge de Galilea.